Siglo XVIII. Sitio indeterminado. Podría haber sucedido en Londres, París, Nueva York. Los primeros repartidores de periódicos, los “newsboys” bautizados en 190Siglo XVIII. Sitio indeterminado. Podría haber sucedido en Londres, París, Nueva York. Los primeros repartidores de periódicos, los “newsboys” bautizados en 190

El periodista y la máquina

2025/12/13 08:31

Siglo XVIII. Sitio indeterminado. Podría haber sucedido en Londres, París, Nueva York. Los primeros repartidores de periódicos, los “newsboys” bautizados en 1904 como “canillitas” por el dramaturgo y periodista uruguayo Florencio Sánchez, no perdían tiempo. Gritaban las noticias incluso antes de que las imprentas terminaran de secar la tinta. Había una competencia feroz por llegar primero a la esquina con la primicia, incluso aunque algún dato fuera impreciso.

La escena protagonizada por aquellos precoces voceadores revela algo esencial del periodismo: desde su inicio existió la tensión entre velocidad y veracidad, entre contar rápido y contar bien. Con el paso de los años la implementación de la tecnología nunca resolvió ese conflicto; solo lo desplazó.

Hoy, con la irrupción de la inteligencia artificial, las interrogantes se renuevan disfrazadas de futurismo en una discusión que suele quedar atrapada entre dos extremos: la fascinación ingenua por la máquina y el temor a que termine reemplazando a esa mano de obra que enriquece a las redacciones. Sin embargo el verdadero problema está en otro lado, y es que el novedoso marco de situación nos obliga a repensar qué significa narrar lo real en una época donde los datos producen más palabras que las personas.

La irrupción de la IA volvió estructural las vacilaciones que ya demandaban actualizaciones en la labor periodística, alimentadas por una necesaria renovación del modelo de negocios y la velocidad digital. Como advirtió el filósofo Byung-Chul Han, la hiperaceleración de nuestros tiempos, el exceso informativo, erosiona la capacidad humana de “dar sentido”. Cuesta la distinción entre lo relevante y lo irrelevante y es en ese ecosistema en el cual el periodista compite con las máquinas, ya no de escribir sino que escriben.

El riesgo no es que ellas narren mejor. El riesgo es que al producir narrativas infinitas sin pausa borren el tiempo de pensar. Es cuando el profesional queda atrapado en una lógica productiva que lo empuja a publicar antes, a resumir más y a profundizar menos. Todo se reduce a pura superficie, puro titular.

¿Cómo seguir? Las redacciones de nuestro país y el mundo navegan el dilema, integran a la tecnología y la administran. Son muy gratificantes las experiencias de traducción de textos o la posibilidad de escuchar un reportaje en la voz de su autor. Un informe reciente de ADEPA cita casos de éxito destacados durante el último Festival JournalismAI impulsado por Google News Initiative, entre ellos las pruebas realizadas por la BBC, Financial Times o The Guardian. En el mismo sentido The New York Times se ha encargado de explicar que, más allá de emplear inteligencia artificial, las personas de carne y hueso son las responsables últimas de lo publicado. El mensaje es claro: la IA puede acelerar procesos, pero la función editorial conserva vigencia. La máquina asiste; el periodista interpreta. Ese es el orden defendido para no diluir el contrato de confianza con la sociedad.

Por otra parte, la llegada de herramientas capaces de generar discursos convincentes en segundos aparece como un combustible adicional para el caos informativo. El tecnólogo Ethan Zuckerman, co fundador de Global Voices y el “arrepentido” por haber creado los “pop ups”, sostiene que la tecnología amplifica comportamientos sociales pero no los crea. Entonces, si la desinformación avanza, no es por la IA, sino porque hay sistemas de contacto con los receptores que ya estaban debilitados. La máquina solo acelera la tendencia y acrecienta el desafío de combatir la desinformación.

Un nuevo (viejo) oficio

Podemos quedarnos con el panorama incierto o contagiar positividad: nunca hubo tantas oportunidades para producir contenido de calidad. La IA puede analizar grandes volúmenes de datos, detectar patrones invisibles y devolverlos como insumo para un periodismo más riguroso. Puede liberar tiempo que hoy se pierde en tareas mecánicas para que el periodista haga lo que ningún aparato puede: nutrir contextos, agregar valor, interpretar y, sobre todo, narrar la complejidad humana.

Tal vez ahí esté la continuidad histórica. El periodismo se reinventó con cada salto tecnológico. La radio iba a significar el fin de los diarios. La televisión el fin de la radio. Internet terminaría con todo. Sin dudas se encontraron nuevas formas de retroalimentar cada uno de los formatos. La IA parece el capítulo más exigente pero también uno más dentro de la misma novela: la de un oficio que muta para seguir cumpliendo su propósito.

Así como el canillita del lugar indeterminado decidió qué noticia gritar primero, hoy toca una vez más rescatar qué historias merecen ser contadas. Ese es el nuevo y viejo oficio del periodista. No competir con la máquina, sino diferenciarse de ella. Aplicar pausa entre el ruido para señalar a la audiencia el suceso que requiere un minuto más de su atención.

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