¿Cómo puede prosperar una economía si una parte importante de su población tiene dificultades para comprender un texto?
Durante años, el debate sobre la productividad en México ha girado en torno a la informalidad, la falta de inversión y el bajo nivel de capital humano. Todo eso importa. Pero hay un factor previo, más elemental y sistemáticamente ignorado: la capacidad de leer y comprender textos. Sin esta habilidad básica, resulta imposible desarrollar pensamiento crítico, adoptar nuevas tecnologías, mejorar procesos, capacitarse en el trabajo o innovar.
Los datos confirman que no solo leemos menos, sino que leemos con menor profundidad. De acuerdo con el Módulo sobre Lectura (MOLEC) del INEGI, la proporción de adultos lectores pasó de 84 por ciento en 2015 a poco más de 70 por ciento en 2023. Entre quienes sí leen, una parte significativa declara dificultades para comprender lo que lee o abandona la lectura por falta de interés o de hábito.
La evidencia internacional refuerza esta preocupación. La prueba PISA de 2022 muestra que apenas poco más de la mitad de los estudiantes mexicanos de 15 años alcanza el nivel mínimo de comprensión lectora para desenvolverse en la vida adulta. No se trata de formar lectores literarios, sino ciudadanos capaces de entender instrucciones, argumentar, evaluar información y aprender de forma autónoma.
Las consecuencias de esta carencia son múltiples. En el ámbito laboral, se traducen en errores, baja eficiencia y dificultades para adoptar nuevas tecnologías. En la vida diaria, afectan las decisiones financieras, los trámites esenciales y hasta el cuidado de la salud.
La lectura no es un hábito que surja de manera espontánea: se aprende, se acompaña y, en gran medida, se transmite en el hogar. En México, el MOLEC muestra que, entre las personas que actualmente leen, 64.7 por ciento recibió fomento a la lectura durante la infancia, 52.4 por ciento fue motivada para leer y 46.1 por ciento creció en hogares donde la lectura formaba parte de la vida cotidiana. Estas proporciones son significativamente menores entre quienes no leen y confirman que el entorno familiar desempeña un papel decisivo en la formación del hábito lector. Cuando la lectura está ausente desde edades tempranas, la desventaja tiende a acumularse a lo largo de la trayectoria educativa y laboral.
Recientemente, Argentina, Brasil y República Dominicana han tomado la decisión política de hacer de la alfabetización temprana un esfuerzo fundamental para revertir los problemas serios derivados de hábitos de lectura limitados y así sentar las bases para el desarrollo de competencias y aprendizajes robustos en su población. En México, tendríamos que emular esfuerzos para poner la lectura en el centro de las preocupaciones nacionales.
Podemos comenzar con garantizar un tiempo diario para la lectura comprensiva en las escuelas, más allá de los contenidos curriculares tradicionales. La Nueva Escuela Mexicana promete desarrollar, como habilidad transversal, la comprensión lectora, pero hasta ahora no se han fortalecido prácticas pedagógicas puntuales para implementarlo, y mucho menos las autoridades han querido evaluar si las promesas de aprendizaje, incluida la comprensión lectora, se están alcanzando. Contar con evaluaciones diagnósticas a partir de las cuales desarrollar rutas de mejora de los aprendizajes es fundamental.
Segundo, podemos acompañar a los docentes con formación y herramientas para enseñar a leer con comprensión, no solo para decodificar palabras. Tercero, revitalizar las bibliotecas escolares y comunitarias como espacios vivos, con materiales pertinentes, mediadores y actividades que inviten a visitarlas, es una necesidad imperante. Estos recintos no pueden seguir siendo lugares poco visitados.
Si México quiere romper el estancamiento, no basta con hablar de inversión, nearshoring o tecnología. Sin comprensión lectora, esas apuestas se quedan en el papel. Un país que no lee y no comprende sus escasas lecturas no aprende; y un país que no aprende difícilmente puede crecer, innovar y ofrecer mejores oportunidades a su población. La magnitud del reto exige una acción conjunta. La ciudadanía, las escuelas, el gobierno y el sector privado deben contribuir a reconstruir un ecosistema lector robusto. La lectura no es solo un hábito individual: es el principal cimiento de una infraestructura cognitiva que sostiene la innovación, la productividad y el bienestar social.
